Premi de Prosa en Castellà de la Mostra Literària de Sant Jordi



L'alumne de batxillerat Eloy Martínez va guanyar el premi de Prosa en Castellà en la Mostra Literària de l'Institut Pere Ribot. A continuació, podrem disfrutar del seu fantàstic relat: 


Bifurcaciones
Diógenes Rudra

Se diría que el asunto de la muerte me obsesiona y fascina, pero es ella, en verdad, quien me busca y persigue. Hace unos meses me encontraba por Hospitalet, atendiendo a no recuerdo qué asunto, cuando, doblegado por el sol febril de agosto y la inextricable red de cuestas, escaleras y pasajes que tejen y componen el barrio, huí hacia el interior de la taberna más oscura que pude hallar.

Rondaba el mediodía y la clientela se reducía a cuatro obreros en la hora de descanso, un viejo vermut en mano y diversos parroquianos de insospechable procedencia y profesión. Todos ellos se arremolinaban en el centro de la tasca, haciendo corro ante un hombre de facciones duras que debía andar entre los cuarenta y los cincuenta años. El tabernero apenas me prestó atención para servirme una caña apresuradamente, antes de regresar junto al orador. Decidí acercarme a ver.

Las cosas que dijo este hombre —a quien escuché primeramente con gran escepticismo— me persiguieron luego durante días y semanas. Ahora, desesperado por librarme de sus palabras, que aún brillan con perturbadora exactitud en mi memoria, me resuelvo a dejarlas por escrito con la esperanza de que trasladen su tormento al papel o a quien las lea.

El hombre habló elocuentemente:
 

- …es cierto que no sabría contar cuantas veces habré muerto, ni cómo ni cuándo ni dónde. Pero sí puedo afirmar con total seguridad que, en lo que llevo de vida —¿? esta palabra debería carecer de significado para él— debo haber muerto al menos cuatro veces. He sido sepultado en el hundimiento de una casa, me he despeñado por un barranco, me he desintegrado durante la explosión de una fuga de gas y he fallecido en un accidente de tráfico. Por supuesto, en las primeras ocasiones no me percaté de ello y apenas tuve esa vaga, inefable, sensación de revuelto en el estómago. Ciertamente, no supe con toda claridad que debería haber muerto (y había muerto realmente) hasta lo del accidente de coche.

"Yo me había acercado a la verbena de un pueblo cercano, y entre una cosa y otra (entre un trago y otro) me había acabado agarrando el sol sobre la pista de baile. Como tengo gran aguante, fíjense que se precisa más de un barril entero para tumbarme, no me demoré en coger el coche para regresar a casa, que, además, quedaba a pocos quilómetros. Ocurrió a medio camino; conducía ensimismado en la carretera, apretando los párpados para no caer dormido y saboreando ya la deliciosa siesta que me aguardaba al término del viaje. De tanto imaginarme mi almohada debí cerrar los ojos, porque recuerdo un placentero sopor, el sol lamiéndome la cara, la baba resbalando al borde de los labios, y entonces despertar de golpe, a golpes, con el corazón detenido en un poderoso espasmo, el pecho agarrotado como si lo aferraran un millón de manos, un sudor helado en las sienes y un profundo cosquilleo o entumecimiento escarbándome el cuerpo, tal que hormigas comiéndome por dentro, ¿saben? Pero quizá el verdadero horror estuvo en que, en el momento de abrir los ojos y sentir todo aquel oleaje pegándome en tromba, elcoche rodaba tranquilamente por la carretera, sin apartarse ni un milímetro de la trayectoria apropiada y separado por la perfectísima distancia reglamentaria del camión que iba delante. En algún instante posterior el corazón se relajó y empezó a latir de nuevo; me palpé la cara, el torso, las piernas; flotaba en mí una vaga sensación de desprendimiento, de haber perdido algo irrecuperable. Tuve la seguridad de que había muerto."

"Entonces no me lo pude explicar; pero ahora, después de mucho rumiar, no me cabe duda de lo que sucedió. Piénsenlo: ¿Saben ustedes la cifra de accidentes que se producen diariamente? Hablo de accidentes laborales, domésticos, de tráfico, naturales… de toda clase. La estadística es sobrecogedora. Miren, sino, el número de electrocutados anuales; los secadores de pelo han dejado ya más víctimas que la bomba atómica. En esta sociedad industrial y mecanizada, atestada de máquinas mortales, el peligro acecha en cualquier parte, y vemos en las noticias como la fatalidad va arrastrando a otros, siempre a los demás, sin preguntarnos nunca cómo es que uno logra burlar día tras día a las matemáticas. La razón es fácil de encontrar si se piensa lo suficiente en ello."


La expectación era absoluta. Poco podían hacer mi arrogancia y mi incredulidad para disimular el horror que iba creciendo en mí. 

- Dios, la providencia o lo que sea que rige el universo advirtieron el vertiginoso ritmo de muertes prematuras que nos ha dejado el progreso. La vida humana se acortaba en exceso, el balance se tornaba insostenible.

"Pues, se idearon las bifurcaciones como remedio al problema."
 
La explicación que sucedió a esto fue prolija y harto complicada para una tertulia de bar. La resumiré. En el instante en que morimos, o quizás escasos momentos antes —es imposible saberlo— el presente se divide, la realidad se desdobla o ramifica. En una de las dos ramas, nosotros habremos muerto irremediablemente, el cadáver se enfriará, nos llorarán en el velatorio y proseguirá sin tropiezos la historia (el devenir del tiempo, el universo) en nuestra ausencia, siempre más sin nosotros, que seremos deshechos en un féretro de madera o cenizas en una urna. Pero, simultáneamente, en la otra rama que brota y avanza paralela no hemos muerto, el mundo se reanuda invariable y aquí nadie nos echara en falta, los mismos familiares que en otra parte —burda definición— nos ponen flores en la lápida, nos saludarán hoy indistintamente, inconscientes de que su otro yo, su reflejo o su gemelo cumple luto allá no sé donde (pero no es cuestión geográfica, alertó el orador: la realidad no habita el espacio, sino que el espacio habita la realidad). En cualquier caso, el sujeto que permanece del lado donde la muerte y sus circunstancias son obviadas por completo apenas siente el lejano impacto de la fatalidad sobre su doble, su otra vida que se extingue; y transcurren los años sobre él sin más noticia del otro que el recóndito e inconsistente presentimiento de que un universo alternativo se desenvuelve enteramente sin él, el doloroso vacío de adivinar que en otra parte él ya no es y sus seres queridos lloran la pérdida.

Así hablaba el hombre de su propio caso:

- El mío debe ser uno excepcional. Cuatro accidentes mortales y, quién sabe, quizá más. Así no es de extrañar que acabara descubriendo el pastel. A día de hoy no he determinado aún si semejante descubrimiento es encomendable para nadie. Ciertamente, recuerdo la demoledora embestida de una muerte que no era mía, el último suspiro de un yo fantasma; y
recuerdo también los repentinos deslumbramientos posteriores: una sirena de ambulancia, el duro tacto del asfalto, un llanto remoto, la necrológica en el periódico, lirios en la tumba y el seco horror de saber el mundo fluyendo imparable a mis espaldas. Todo como perdiéndose en la niebla. Percepciones —culminó con gravedad— de una realidad inaccesible pero aquí delante de mí, entre mis dedos; reminiscencias de un universo ajeno
donde ya no existo.


Con estas palabras acabó el hombre su perorata, apuró una caña ya caliente y se marchó prometiendo volver otro día para seguir discutiendo el asunto con los muchos interesados. Yo, como casi todos los demás, regresé a la misma hora durante los días posteriores; pero no volvimos a verle, aunque sí a saber de él.

De esta hipótesis disparatada propuesta al calor de agosto en una taberna de Hospitalet, he concluido algunos razonamientos que su anónimo formulador desconocía o se dejó de decir. El primero (obvio): este fenómeno es aplicable a cualquier individuo sobre la faz del planeta que padezca una muerte accidental o prematura. El segundo (no tan obvio): la diferencia entre dos realidades recién bifurcadas es ínfima, apenas la presencia o no presencia de un solo hombre, pero dado que estas dos nuevas ramas son susceptibles de ramificarse nuevamente, las ramificaciones se suceden indefinidamente. El tercero (derivado del segundo): esto supone la existencia de un elevadísimo número de realidades bifurcadas avanzando paralelamente, y que una rama pueda ser completamente distinta a muchas de sus hermanas —en alguna de ellas, por ejemplo, Emilio Mola aterrizó en Burgos tan campante o Estados Unidos fue borrada del mapa por algún fallido experimento nuclear—. El cuarto (que llega como un viento en la piel o un pulso en las entrañas, ya no obra de la lógica): que probablemente todos estemos muertos en otra parte, que los universos actuales son múltiples, provienen de uno solo y primero y se dirigen incurablemente hacia una multiplicidad de número infinito.

Por supuesto, todas estas proposiciones son falsas, y lo mantengo en base a que la hipótesis primera es una verdadera majadería. De esto no me cabe duda, ni a mí ni a los demás oyentes, porque días después nos enteramos por la prensa de que nuestro orador era un fugado del manicomio de Sant Boi. Claro que este dato —repito— no lo supimos hasta días más tarde. Y tampoco arregla el hecho de que, cuando el hombre acabó su exposición, la mayoría de los espectadores afirmáramos haber muerto en varias ocasiones.
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